El precio del poema es el insomnio.
Toda noche
revela tempestades
que no pueden ser transmitidas
más allá del propio sentimiento
de desnudez indefensa
ante la grandeza de los astros.
El premio del poeta
es la sonrisa
lánguida
de la flor deshojada.
Toda noche
revela tempestades
que no pueden ser transmitidas
más allá del propio sentimiento
de desnudez indefensa
ante la grandeza de los astros.
El premio del poeta
es la sonrisa
lánguida
de la flor deshojada.
el gato mira.
El empedrado sucio, gris, de las aceras
donde resuenan ecos de pisadas
que no han de detenerse frente a él.
Las hojas del otoño, sometidas
por ráfagas de viento imperturbable.
El infame rodar acelerado
y el ruido de motores asesinos.
Se estrella su maullido en los cristales
que le devuelven ecos inconcretos.
En su maullido aprisionado
se encierra un grito contenido,
un ansia insatisfecha y asfixiante
de calles sin barreras, de zaguanes
oscuros, solitarios, habitables.
De tejados nocturnos y de luna.
Al otro lado del cristal
suspira el gato su cruel destino
de felino cautivo y sin estrellas.
frente al gesto cansado de mis ojos.
Tras las persianas bajas,
hombres sueñan al borde de un destino
que ya no gozarán.
Miran
hacia el exterior y callan
espantados
frente a la gran hilera de ventanas
mudas
ante el cansado filo de sus ojos.
Traje mi fuego para arrebatarte;
vine desde el asfalto y el neón deslumbrante,
desde la confusión, la prisa, el ruido, el humo...
Traje mis ángeles urbanos a tu luz pirenaica;
desafié los hielos y las nieblas
con la soberbia propia del profano.
Transité tus senderos milenarios,
bebí el veneno dulce de tus fuentes,
contemplé tu silueta inamovible
y creí de ese modo hacerte mía.
La realidad, sin embargo, fue distinta:
Me transformó el silencio de tus cumbres.
Me conmovió la soledad de tus ibones.
Sentí el rocío de la madrugada
y el leve susurrar de la espesura.
Me acostumbré a escuchar de otra manera
y a convivir con los extraños seres
que pueblan las orillas del torrente.
Así fue sometida mi arrogancia.
Hoy vago entre tus abetos y sabinas,
vencido por tus armas invisibles,
sujeto al resplandor de tus laderas.
de tu grito ojo único de fugaz visión acartonada
por las lluvias de sangre y luces muertas?
Acatar día a día las voces
las preguntas simulacros los enigmas
las impermeables sentencias pronunciadas
los estereotipos que forman la cadena
la inexcusable carrera cotidiana
de la vida, ¡patética comedia!
Di, tenaz inquisidor de alegrías:
Qué será de tu grito silencio para siempre?
Con lentitud consciente, cruel casi,
escribo este epitafio, en los relojes
sonó la hora última y ella no está conmigo.
Ella ya no vendrá, todo está quieto.
Ni un sonido perturba las estancias
salvo el piar cadente y melancólico
del pájaro parado en mi ventana
entonando un caótico presagio.
Es todo calma el viento en las persianas,
todo ausencia de risas, todo olvido.
Quien sabe si serán las ratas
las que acaben comiéndose la caja de bombones
o será pasto de los años en lo alto del estante.
Ella ya no vendrá, para otros labios
el champagne que se enfría en la nevera.
(Acaso los vecinos me denuncien
a causa de esa música tristísima
que se expande incesante
a altas horas de la noche
por todos los rincones de mi cuarto en penumbra)
Contemplo los cristales que se llenan de lluvia
y las baldosas mates y las paredes torvas
que aun con todo se obstinan en mantenerse verticales.
Un coro de cortinas, un teléfono muerto,
unos guantes callados sin dedos que ceñir,
unas bolsas de plástico colgadas en silencio,
una silla esbozando contornos sin respuesta.
Está muda la radio, apagadas las luces y fumo un cigarrillo,
y ese humo que asciende hasta ensuciar los techos
vuelve a formar, infame, el rostro de la ausencia.
Los pájaros lo saben, ya no cantan;
ella ya no vendrá y la puerta entreabierta
quedará sin que nadie trasponga sus umbrales.
No seguiré escribiendo, sólo quedan recuerdos
de primaveras pavorosamente canceladas,
sólo quedan imágenes perversas
que me llevan a otras tardes y a tus brazos,
sólo un sueño lejano que perfila
esos días veloces que se acercan,
esos días vacíos e incoloros
que desgrana, ritual, el calendario.
Y en esta hora última de amor ejecutado,
miro hacia el sol poniente, hacia el crepúsculo,
hacia esas nubes quietas, heraldos de la noche,
hacia todas las calles que, pérfidas, te alejan.
Y sólo queda la constancia amarga
del resplandor perdido.
Todos los nombres perviven en el aire.
Todos los rostros.
Todas las canciones.
Después llegó el estruendo.
¿Cuánto tiempo hace falta para zanjar una disputa?
¿Cuántas vidas truncadas? ¿Cuántas lágrimas?
¿Cuántos litros de sangre
anegando la tierra, que a nadie discrimina?
La luz del estallido
no es luz sino tiniebla.
El ruido del disparo
es la proclama del peor silencio.
Canes en llamas pueblan tus ciudades.
Fantasmas y lamentos. Ruinas.
Escombro y humo, calles resquebrajadas,
edificios desiertos, renegridos.
¿Hacia dónde mirar sin someterse
al más turbio presagio?¿Qué nos queda?
Tan solo la esperanza de la lluvia.
las aceras raídas por el paso del tiempo,
los bancos ahogados por la lluvia
y aun la congoja indefinible de una tarde de otoño.
Acepto los combates en que muere la tarde
a solas con sus vientos, arrastrando su tedio,
acumulando pena en viejos corazones
enfermos de amargura.
Asumo la grandeza de la vida
y también la batalla que plantea.
Me someto cordialmente a largos soliloquios
pronunciados a diario por amables vendedores
de electrodomésticos de inmensa sofisticación,
mientras mi anciano (casi niño) corazón
me exhorta incansable a la impostergable huida.
Asumo la nostalgia.
Pero no me es posible,
por más que os empeñéis,
adultos míos,
asumir incautamente mi edad de persona seria
y mi reputada posición de obrero respetable
abrumado por el peso de las obligaciones sociales.
Decidme:
¿Cómo puedo sonreír satisfecho
mientras miles de rostros con sonrisas fingidas
me acechan desde las sombras del neón
en espera de una oportunidad ventajosa
que les permita acuchillar definitivamente
mis esperanzas
mis sueños
mis ciudades?
otras formas de vida otros fulgores
escribirán sobre tus letras incendiadas
y acaso morirán (como tú mismo)
sin que nadie (tal vez una paloma, un rayo)
sepa de sus desvelos sepa de sus quimeras...
nos sacude el olvido, explota en la memoria,
derramando sus notas sobre el lánguido sueño,
inundando el instante de mágicos reflejos.
Todo queda en el aire...
Todo flota en tinieblas.
Todo en la etérea atmósfera del sueño
se impregna de la música, se llena
del son de la palabra, de las luces del verso.
Luego en el cuarto oscuro,
en el alba futura,
resuenan impalpables las palabras
para siempre perdidas.
ya no son las palomas que otras tardes nos vieron
sentados en la plaza
hablando de futuros imposibles
o recordando el tiempo en que fuimos felices
o el tiempo doloroso de tantas decepciones.
(Ya no son las palomas
que se arremolinaban
en torno a nuestro banco
esperando tal vez alguna miga,
un grano de maíz
o tal vez sólo
oyendo embelesadas tus palabras
que pintaban quimeras en el viento).
Estas palomas que hoy me sobrevuelan
no son palomas blancas,
tan sólo son fantasmas de palomas
sobrevolando mi perdida sombra.
Nos dijeron que el mar, que las sirenas,
que el azul cristalino de sus aguas,
que el contorno dorado de sus playas...
Nos hablaron del candor de los delfines,
del vuelo litoral de la gaviota,
de la agreste beldad del arrecife,
del gorjeo festivo de la espuma...
Mas nada nos dijeron del petróleo.
Hoy mis ojos contemplan aterrados
el negro resplandor de las orillas
y el oleaje infame de las aguas
preñadas del hedor de las bodegas.
Hoy el mar es una charca pestilente
y en los despachos se elaboran estrategias
para escurrir el bulto
mientras muere una ciudad bajo las aguas.
(Se dice que en fondo del océano
habitan seres mitológicos, temibles.
Es posible que alguna de estas noches
salgan de su silencio milenario
para arrojarnos su horror multiplicado).
¿Dónde estoy?
¿Qué ciudad albergó mis ilusiones?
¿Dónde fueron mis temblorosos ángeles
y esas aves tan mías, tan hambrientas de espuma?
¿En qué bosque abatido por el hacha,
por el fuego,
por el loco delirio,
por la mano inclemente de los hombres,
murieron mis esperanzas?
Y así, busco incansable
en el oscuro fondo del poema
y tampoco allí puedo encontrarme
¿Dónde, pues, debo buscarme
yo, que fui savia inagotable,
yo, tallo, estambre, pétalo, raíces?
Decidme entonces,
¡oh, vividores de infinitas vidas,
bebedores del mundo y sus ciudades,
parceladores del suelo cotidiano
que no sufre temblores!
¿Dónde hallaré, decidme,
la inocencia?
en la insondable voz del exiliado.
Hay recuerdos perpetuos que regresan
como instantáneas que, crueles, nos transportan
a la luz de las farolas de otras calles.
Hay senderos que los pies no reconocen
y una ciudad de encrucijadas inviolables
que se acuesta infinita sobre el páramo.
Hay bocas cerradas, teléfonos mudos, quietud...
Pero hoy la luna está brillando sobre el mar
y su redonda desnudez disloca el tiempo:
Duermes en el asiento, aquí a mi lado,
y una canción resuena emocionándome
mientras pasan, certeros, los kilómetros.
Hay noches que no se venden al olvido.
Estoy tratando de deciros
que un pájaro es algo más
que un conjunto matemático de plumas
y un silencio compartido
también puede ser un símbolo,
y que acaso se pueda,
sin balas ni helicópteros ni pértigas
atravesar una muralla infranqueable
si miramos despacio las estrellas.
No, no hace falta comprar bendiciones,
ni mentir a escondidas al oido de un niño
prometiendo futuros de dulces golosinas,
ni hacer del tiempo un barco
ni buscar un sentido a los planetas.
Tal vez en escuchar sinceramente
esa voz que quiere acariciarnos,
que no sabemos nunca de qué labios,
de qué boca proviene,
puede estar el destino de unos ojos
o unas alas surgidas sobre el hielo
o un mendigo columpiado por la luna.
Hay cadenas que no pueden ser vistas.
Cadenas imposibles que no pueden romperse.
Siento en torno muros asfixiantes,
informes muros carentes de estatura
y por incomprensibles, insalvables.
Hay círculos nunca definidos
cuyo aro inconcebible disminuye
con el paso implacable de las horas
cerrando más y más el invisible anillo.
Y el aire se enrarece, las palomas
se alejan hacia mares respirables.
Se ahogan las palabras, caen las manos
entregadas a un caos subterráneo.
Y no es posible la huida.
No habrá túnel
que lleve a la esperanza.
Sólo yo soy mi cárcel, mi condena.
Nos encontraremos
en cualquier lugar.
Un instante tan sólo
convergerán nuestras derivas.
Después, tú partirás al norte;
yo tendré que ir al este.
Islas apenas
en perpetuo movimiento
a través de un mar inagotable.
La vida es un tropel de despedidas.
amar el resplandor de su corola
la suavidad etérea de sus pétalos,
el seductor perfume,
la exuberante forma,
el nombre evocador, la silueta
que la noche recorta contra el cielo.
Pero solo quien ama
de verdad, solo aquellos
que anhelan el abrazo de la rosa
no sólo por su olor o por su brillo
sino también por el hiriente roce
de la escondida y lacerante espina
conocen el sentido profundo de la vida.
-Turbias bajan las aguas con tanto atardecer sombrío-
Tu nombre tu encerrado misterio
que nadie conoce que nadie conoció
que nadie ya conocerá pues yacen
tras una cortina de olvido inextricable
todas aquellas tardes
todos aquellos cielos...
Quizá nadie, ni yo, recuerde tus palabras,
el fuego de tus versos, la paz de tu sonrisa,
el grito de tu pecho irreverente.
Pero hoy que te has marchado para siempre,
sin firmar un contrato, sin llevar equipaje,
yo -mínimo grano de arena en la infinita playa-
he derramado una lágrima violenta
por la llaga incurable de tu ausencia.
Las alas del gorrión se agitarán de nuevo,
habrá otro amanecer, otra promesa,
otro lienzo pintado con trazos luminosos.
Será como si nunca
hubiésemos perdido
el dorado fulgor de la esperanza.
Morirás y otra estrella,
otro vendaval de luz, otra quimera,
ocupará tus ropas, mirará con tus ojos,
besará con tus labios, imitará tu risa,
la forma en que caminas, tu tristeza...
Pero ¿quién?
dime ¿quién
te soñará despacio cada noche
cuando el olvido barra las palabras?
Tal vez sea mejor buscar un fuego
y echarse a navegar entre las brasas
para así rendir culto a las cenizas.
Y luego renacer.
Proféticamente renacer
para surcar el nuevo firmamento
sin fuegos fatuos ni estrellas engañosas
ni efímeros efluvios de rocío
bañando la espesura estremecida.
Renacer y sentir sobre la carne
la brasa de otra carne despertando
flamígeros volcanes en reposo.