Cuando se ve el anverso
uno empieza a comprender y mira horrorizado
esos rostros idénticos
que alberga la memoria.
Perversos clones de nosotros mismos
amanecemos cada día
sin saber si la noche
ha vendido los cuerpos y las máscaras
o entregó nuestra risa a los demonios.
Todo espejo refleja los rasgos de un extraño
con espuma en la cara
y una navaja de afeitar fulgurando en su mano.