30 de junio de 2012

El Cisne

cisne

El cisne
en su perfecta inmovilidad de estatua
parece meditar.

No lo turba el bullicio de los patos
ni la inconsciencia de los niños.

Ignora con desdén los comentarios
de los festivos visitantes sonrientes.

¿Es acaso consciente
de su hermosura el cisne?

El cisne se desplaza
sobre las turbias aguas
casi sin movimiento.
(Diríase el sueño de una niña)

Cuando nadie le mira
salvo la luna llena
deja caer el cisne en la laguna
pequeñas lágrimas de ángel desterrado.

Por el día
sufre el cisne en silencio
su soledad de estatua.


De Metropolicromía

19 de junio de 2012

Música

musica

Como se sabe, la música es extremadamente peligrosa: Incita a la evasión. Por eso los presos la tenemos prohibida.

Es cierto que no podemos hablar de una prohibición explícita, pero en ninguna celda hay aparatos capaces de reproducir música ni se recuerda que tales objetos hayan existido aquí alguna vez; tampoco se tiene constancia de que haya sonado entre estos muros una sola nota musical (si omitimos que todo sonido lo es); para los más antiguos en la institución, cuyos recuerdos han ido erosionando a partes desiguales el transcurso del tiempo y la rutina de la reclusión, el mero concepto resulta extraño. 

Otro detalle significante es la actitud del carcelero ante la menor amenaza de ejecución musical por mi parte. Siempre que he tarareado algunas notas (principalmente algunas mañanas en que mi estado de ánimo denotaba los evidentes rastros de haber soñado con Ella) ha aparecido en la entrada de la celda con una expresión severa y ha permanecido allí, firme e imperturbable, hasta ver bruscamente truncada mi pequeña serenata privada. Nunca dice una palabra, pero su sola presencia hace que desaparezca cualquier deseo de seguir en el empeño. Así, la música se arrincona de nuevo en su propia celda y el perenne silencio retorna como una maldición. A veces, ni fue necesario que mis labios emitieran sonido alguno: la simple intención de silbar unos compases provocaba la inmediata comparecencia del carcelero.

Por eso supuso una inexplicable sorpresa escuchar, en medio de la tediosa calma que rige nuestras noches -tan parecidas, en el fondo, a nuestros días- unos acordes provenientes del piso de arriba, donde, según los rumores, se halla la habitación del carcelero (si es que hemos de suponer que existe un sitio semejante). Tuve la perturbadora sensación de haber escuchado antes aquellas notas, que no fui capaz de identificar.

Como hecho aislado, resultaba anecdótico, casi gracioso, pues vendría a demostrar que también el carcelero posee cierta sensibilidad, teoría jamás reconocida por el gremio de carceleros ni tenida siquiera en cuenta por el de presos; pero cuando la audición nocturna se convirtió en costumbre, hubo que tomar medidas: Así, cada vez que la noche se llena de música lejana, -tan tenue que resulta imposible disfrutar de ella, pero no lo bastante como para poder ignorarla- me refugio en mi propio claustro interior hasta anular por completo todo sonido.

Entonces, aterrado por el silencio, el carcelero se aleja con tristeza de su tocadiscos y se pierde entre las galerías en busca de las palabras de aliento de cualquier otro funcionario.


Publicado en Inventiva social y Noticias literarias de América Latina
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9 de junio de 2012

Mentiras


A Ana, que salvó la vida de Thomas de Quincey
                y a Monelle y a todas sus hermanas.

Podría mentirte, decirte la verdad,
contarte por ejemplo
que soy un escritor que se conforma
con un humilde puesto de trabajo.

Podría decirte la verdad, mentirte,
confesarte que soy un simple obrero
que a ratos se atarea en los papeles
ansiando componer un verso hermoso
o elaborar un cuento.

También podría descubrirme,
decirte que no soy más que un farsante
que finge ser una de esas dos cosas,
un actor secundario en pleno acto.

Pero no diré nada de eso.
                                               Simplemente
te dedicaré un par de adjetivos galantes
y yaceré contigo entre las sábanas
para olvidar tu nombre en una esquina
cuando las primeras luces estremezcan
los adoquines húmedos.

De Viñetas y recuerdos.

2 de junio de 2012

Perdido


Perdido
en los laberintos de la niebla,
sueño,
y todas las cabezas
se me esfuman
al intentar acariciarlas.

Desaparecen, sí,
y todo lo que queda
es el roce insinuado,
el labio arrebatado,
el enorme vacío
tan sólo quebrantado
por esa llama,
por esa llaga,
por ese olvido adivinado,
por el cuchillo ensangrentado
                              de recuerdos
                                 de recuerdos
                                    de recuerdos


De El rostro prohibido
Publicado en Revista Almiar, Artepoética y en el libro Poemas Quietos (Ed. Mizar)
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