¿De quién fueron los ojos que nos hicieron náufragos?
¿De quién fueron las manos que, gaviotas,
se posaron en nuestras playas-manos,
con frenesí de pico, con suavidad de arena?
¿De quién esas palabras que nos revelaron tempestades
para luego acallar el ladrido del viento
con un sordo rumor de murmullo metropolitano
o simplemente un gesto
de insoportable derrota?
¿De quién fueron las lágrimas el día funerario
en que horrorizados vimos (cuatro sombras malas lo llevaban)
pasar amortajado y con los ojos terriblemente abiertos
el cadáver silente de la fiebre?
¿De quién fue aquella carne
de quién
salada
de quién
caliente...?
Dime que volverás cuando la noche acabe,
cuando la noche...
¿De quién fueron las horas del insomnio?
¿De quién las pesadillas, las volcánicas horas de deseo?
Alguien duerme en un balcón, a la intemperie,
y cuando yo me asomo, se oculta tras la cortina
del día soleado, de las calles mojadas o repletas de gente.
Pero en las rocas, el mar está esperando.