26 de abril de 2012

Como lágrimas en la lluvia


Vine a gritar y me pobló el silencio.
Del son, sólo fantasmas nuestras voces.

Pues todas las palabras:
las que un día cantamos,
aquellas que callamos,
las que nunca debimos haber dicho,
también las que escuchamos,
pensamos inventamos escribimos,
las que en algún otoño nos dañaron
y las que despertaron un lánguido suspiro,
las que pintaron una sonrisa en nuestros labios
y las que no dejaron ningún poso en nuestro espíritu;
y aun éstas que ahora escribo,
éstas que acaso estás leyendo,
también se perderán en los pliegues del tiempo.

Sólo seremos ecos,
provisionales ecos rebotando
hacia un sol extinguido.


De Por si mañana no amanece
Publicado en El cronista de la red, Misioletras y en el libro electrónico Camino al andar.

17 de abril de 2012

Conversaciones


Conversaciones (Celda XIII)

El carcelero, a veces, finge ser amable. Charla conmigo, se interesa por mi salud, por los motivos de mi tristeza; me ofrece cigarrillos, alguna chocolatina, refrescos, todo aquello, en suma, que normalmente nos está vedado a los reclusos. Me cuenta historias de su infancia y de su barrio, tratando de que olvide con la conversación la ausencia de mis arañitas. Cuando, tal vez a causa de una tenue disminución de la tensión reflejada en mi rostro, cree llegado el momento, se deja de rodeos y va en busca de lo que verdaderamente persigue: Me pregunta por Ella.

Hay ocasiones en que, por un instante, dudo. Pero esa falta de sutileza por parte de mi interlocutor es mi mejor aliado. De ese modo, siempre consigo reaccionar a tiempo, evadiendo la respuesta, aunque debo confesar que alguna vez he estado muy cerca de traicionar mi secreto. Entonces, él no puede evitar el rictus de contrariedad que deforma su cara, en especial cuando mi sonrisa le dice que su juego ha quedado, una vez más, al descubierto.

Cuando eso sucede, se terminan los refrescos, las golosinas y las conversaciones al atardecer. Pasado un tiempo, vuelve a intentarlo. A veces, yo también participo del juego: finjo hablarle de Ella, aunque no sea realmente de Ella de quién le estoy hablando, si es que en verdad hay que admitir tal posibilidad. Observo como anota con cuidado en su libreta cada rasgo rigurosamente inventado, cada matiz inexistente de la voz. Cuando termina la tarde, y el carcelero escucha mi estrepitosa carcajada, sabiéndose burlado, rompe en mil pedazos los apuntes y sale enojadísimo de la celda.

Alguna vez, no obstante, me ha parecido sorprender en sus ojos la sombra de una lágrima, y me pregunto si no será que él se siente tan solo como yo mismo y necesita una presencia inventada para soportar el peso de los días que nunca terminan. Por esencia, se sabe que los carceleros carecen del don de la imaginación. No es de extrañar, entonces, que a falta de fantasías propias, recurra a las mías.


Otras viñetas carcelarias

10 de abril de 2012

Las piedras me hablan de ti


Camino mi ciudad, que es todas las ciudades,
como una sorda búsqueda, como un inexplicable
tránsito hacia otro mundo que me llama.

Camino por sus calles centenarias,
por sus veredas pardas de ceniza,
camino sobre las huellas que dejaron
nuestros pasos en las mismas calles,
en tantas calles que nos contemplaron
desde el silencio antiguo de su historia.

Los vastos edificios de otro tiempo
acompañan mis pasos desvelados.
Los muros que perfilan mi nómada delirio
me hablan de los instantes compartidos,
me repiten tu nombre inolvidable.

No soy yo: son las piedras
que me gritan tu nombre en cada esquina.


Publicado en Al_Andar, Mis poetas contemporáneos y en el libro electrónico Camino al andar

2 de abril de 2012

Celda


Estoy sentado en un banco, en el extremo septentrional de la pequeña plazuela. Probablemente fumo un cigarrillo. Las palomas van y vienen, deteniéndose a veces a cierta distancia. Hay niños jugando al otro lado de la fuente. Los surtidores me impiden verlos, pero escucho sus risas. Tres mujeres, quizá sus madres, conversan animadamente en otro banco, lo bastante lejos como para que no llegue a mís oídos el tintineo de sus voces ni el eco de alguna palabra prendida en los flecos de la leve brisa que sopla entre los arbustos. Un hombre uniformado barre las hojas que el naciente otoño va depositando, obstinado, sobre el asfalto y entre los setos que rodean la estatua del centro. En esta mañana clara, apenas pueden oirse unos pocos automóviles atravesando, raudos, las calles adyacentes. La acariciante brisa y los débiles rayos del sol son acaso los únicos testigos de la paz que invade mis pensamientos.

Mas, de pronto, la aparente tranquilidad se transforma: Todo cobra vida. Todo parece haber recuperado en un instante la velocidad que gobierna el paso de los días en las grandes ciudades. Ella se acerca, caminando erguida por el sendero que separa los macizos de flores. Alta, elegante, bellísima, viene hacia mí sin que yo pueda hacer nada por llamar su atención. Como en respuesta a mis ardientes deseos, una rosa roja, fragante, y húmeda por las pequeñas gotítas de rocío aún adheridas a sus pétalos, ha nacido repentinamente entre mis dedos. Cuando Ella pasa a mi lado, dolorosamente arranco la flor de mi propia carne, y se la ofrezco. En esa ofrenda va implícito un destino. Pero he aquí que Ella rechaza mi ofrenda con un gesto dulce y enérgico a la vez. Con una sonrisa, musita algo que no me es dado escuchar. La rosa, despechada, se arroja al vacío, suicidándose. Ha ido a caer bajo los pies de ella, que no puede evitar que su fino tacón pise, aplastándolo, el hermoso cadáver de la flor. El mío se levanta del banco, contempla una vez más la silueta que se va perdiendo entre la suave neblina, y regresa con cansancio a la celda. Doy dos vueltas a la llave en la cerradura y la arrojo lejos, entre las sombras del rincón donde todo pierde consistencia.


Celda (viñetas carcelarias)
Publicado en Sergio Borao Llop, Al Andar y el boletín
Isla Negra.
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