A través del cristal
el gato mira.
El empedrado sucio, gris, de las aceras
donde resuenan ecos de pisadas
que no han de detenerse frente a él.
Las hojas del otoño, sometidas
por ráfagas de viento imperturbable.
El infame rodar acelerado
y el ruido de motores asesinos.
Se estrella su maullido en los cristales
que le devuelven ecos inconcretos.
En su maullido aprisionado
se encierra un grito contenido,
un ansia insatisfecha y asfixiante
de calles sin barreras, de zaguanes
oscuros, solitarios, habitables.
De tejados nocturnos y de luna.
Al otro lado del cristal
suspira el gato su cruel destino
de felino cautivo y sin estrellas.

Ya no sé qué es mejor, sí adentro o afuera...
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