Siempre nuestro yo espera allá a lo lejos,
al otro lado de los montes, en otra encrucijada,
siempre en la distancia,
en la inmensidad.
Y un suspiro fugaz se nos escapa,
pero es ya tarde y hay que regresar
a lo cotidiano, a lo absurdo,
a esta existencia urbana que es apenas la sombra
de una muerte aplazada que desgrana
esos inapresables minutos que nos van alejando
de ese otro nuestro yo que espera en la distancia
dormido, yacente, acaso ya sin la menor esperanza...
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