3 de septiembre de 2025

Manifiesto del presunto desesperanzado



¿De qué me serviría, amigos míos, tomar ahora la palabra?

¿De qué esgrimirla como espada candorosa

o arrasar con su filo las esperanzas de los aún no nacidos?


Si ya no quedan batallas que cantar

ni flores que ofrecer en despedida.


Si no existe la nave en que un día nos hicimos al mar.

(Sus mástiles hoy yacen bajo metros cúbicos de agua y de petróleo

o peor, en el fondo de los archivos históricos

de alguna biblioteca oscuramente clausurada)


Decidme, ¿para qué? 

                      Puedo seguir cantando, sí.

Denunciando a todos esos turbios criminales

que se escudan tras la innombrable estatura

de sus flamantes títulos universitarios

mientras a su espalda van dejando indiferentes

un insufrible censo de cadáveres.


Puedo seguir hablando para nadie 

de la ritual explotación (ahora ya debidamente regulada)

de que es objeto el pueblo pasivamente amodorrado.

Puedo llenar vuestros oídos, las cuartillas, las pantallas

de los ordenadores, las páginas de un periódico ineditable.

Puedo convertirme en huidizo virus e inundar vuestros discos duros

con todas las palabras que no deben pronunciarse.


Pero, decidme, amigos míos habitantes

¿En verdad serviría para algo?


En lujosas sedes se entregan afamados premios.

Hay fiestas cada noche en cada barrio

celebrando incoherentes aniversarios, centenarios, 

solemnes efemérides exhaustivamente documentadas

o importantísimos hechos históricos que nadie conoció.


Bellas modelos posan con la mejor de sus sonrisas

en el centro de la sala iluminada

esperando que les llegue el turno de decir su frase

mientras los pesos pesados de la política, la farándula y el deporte

atiborran las repletas mesas

atiborrándose a su vez de canapés y flashes y entrevistas

y preguntándose el nombre del galardonado

y, claro está, el motivo de tanto reconocimiento

y así sucesivamente hasta el borroso amanecer de las tapias circundantes.


Todo, pues, como un teléfono sonando al otro lado del telón

entre locas carreras de fotógrafos y dandis,

anacrónicamente sonando sin que nadie se atreva a descolgarlo

mientras los camareros lo miran con recelo 

y el gesto incómodo de los espectadores del palco

delata la total incongruencia del molesto zumbido

que no permite escuchar la dulce voz de la diva

subcontratada para tan grandiosa gala. 


¿Cómo entonces, decidme, cómo desenterrar

la voz que en otro tiempo se quiso hacer bandera

para no más devenir en arroyuelo

                                                    o en hedionda charca?


Pero tal vez me gustaría nombrar el homenaje,

el tan necesario homenaje que nunca tuvo lugar

y que tampoco es probable en los años venideros.


A esa gente que surca las avenidas y los campos

cuando el sol no es aun sino una vaga presunción

allende el gris telón del horizonte.

A esos ¿qué galardones? ¿qué ofrendas?

Decidme.


A esas mujeres de callosas manos que sostienen el mundo

sin murmurar una palabra de reproche y en las cálidas noches

se entregan sin un quejido sospechando oscuramente

que su fatigada entrega forma parte de un complejo engranaje

que jamás podrían comprender.

A ellas ¿quién las premia? ¿Dónde se las festeja?


Pero, insisto, queridos supervivientes compañeros

del olvidado viaje que algún día emprendimos

sabiendo de antemano lo arriesgado de la travesía

hacia ese continente que ningún mapa reconoce.

¿Es posible aún, a estas alturas, ser oídos?


Reflexionad, amigos existentes todavía.

¿No sería mejor hablar de fútbol, de toros o flamenco,

seguir con atención los avatares de la moda,

comentar lo preciosa que estaba tal o cual princesa

o invertir en acciones rentabilísimas

los veinticuatro cromos heredados

de aquel niño que aún nos sonríe esperanzado

desde el fondo amarillento de una fotografía inconcebiblemente rescatada

a las inclementes brasas de la vida?


Pero en el fondo de vuestros ojos, puedo verlo, hay una chispa.

Debe haber otros mares, debe haber otras naves

que puedan conducirnos con rumbo a la utopía.

Debe haber otras corrientes submarinas, otros puertos,

otros muelles donde atracar la nave misteriosa

que naufraga y naufraga y vuelve a naufragar y sigue navegando

sin importar las nieblas, sin importar las rocas,

los siniestros escollos que van surgiendo entre las olas

ni el embravecido mar que por doquier salpica espuma

desorientando brújulas y estrellas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Bienvenid@ a este espacio.
Gracias por tu presencia y tu palabra.

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...