Sus ojos son la senda incomprensible
hacia mundos terribles nunca presentidos.
Todo en el aire parece agazapado
como en espera de un único movimiento en falso
para saltar definitivamente sobre tus últimas moradas.
Los maniquíes no saben hablar.
No es probable que uno de ellos se decida a amar.
Nunca podrás sembrar la dulzura en sus almas
porque sus almas están hechas de plástico.
Sus frías manos nada harán renacer.
El coágulo incoloro de sus rostros,
la rigidez enfermiza de sus miembros,
la quietud infinitamente repetida,
pueden causar lesiones en el corazón poco habituado
del incansable espectador de platea.
Pero no mires jamás a los ojos de los maniquíes
o tu alma podría hundirse en el fondo sin fe de los espejos
o peor, diluirse
en el cosmos sin fin de las regiones quietas.
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