Convertido en indecisa ruina,
el mundo lloverá sobre sí mismo.
Aún no habrán cesado en tus tímpanos las últimas campanas,
cuando ya los cascotes se precipiten nuevamente
sobre su propio eco.
Y ese no será el fin. Volverán las gaviotas
para ser engullidas otra vez por las fauces carniceras
del tiempo indiferente y sanguinario.
Regresarán el cazador, la hormiga, la anaconda...
Y así, el ciclo seguirá inmutable hasta una lejanísima aurora
en la que acaso nazca el hombre nuevo,
sin cadenas, sin barreras, sin ansias destructivas,
con las manos dispuestas a la tarea encomendada,
con la mente libre y el corazón puro
como esa hierba renaciendo en los escombros,
como el agua redentora e impoluta
que brotará por fin de aquellas fuentes
que creíamos cegadas para siempre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Bienvenid@ a este espacio.
Gracias por tu presencia y tu palabra.