Cuando beso los labios de Monelle
pienso en los otros labios,
en todos esos labios que nunca besaré.
Cuando mi lengua se entrega al fuego de su carne
evoco tantos cuerpos que nunca lameré.
Cada vez que mis manos la acarician
en otra parte muere alguien
que nunca tocaré.
Cuando ríe, su risa
es el reflejo en negativo de otras risas
que no disfrutaré.
Cuando sus manos secan mis mejillas
enjugando la lágrima vertida
sé que infinitas manos no me acariciarán.
Pero ella sigue sonriendo, sigue acariciando
y suavemente dice: "No lo entiendes;
todo el amor del mundo está en mi piel.
Todo aquello que anhelas esta en mí.
Porque soy una y soy todas, te venero
y te amo; soy un instante de la noche;
soy la muchacha triste que recorre los muelles
y también la elegante cortesana
y la mujer callada que en la tarde
fatiga parques reclamándote,
y aquella que suspira en la esperanza
de un minuto fugaz que nunca conoció;
también, también soy esa que marchita
sus tibias primaveras en andenes
sin trenes que esperar.
Y aun esa otra rodeada de galanes
que para nadie tiene una mirada
y en la noche suspira..."
Y de nuevo sus palabras me rescatan.
Con mi labio en su pecho, me adormezco,
sin angustia; ahora sé que ese pecho
es la flor más valiosa.
* Referencia a El libro de Monelle, de Marcel Schwob.
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