A veces me sorprendo
hablando como uno de ellos.
Gesticulando, opinando, debatiendo,
enteradamente, como uno de ellos.
Como uno de ellos caminando con prisa,
absorto y concentrado, entre vastas multitudes
idénticamente extraviadas.
Lacónico, evasivo, como uno de ellos.
Forzando una sonrisa que oculte las heridas,
o que al menos disimule el sufrimiento;
interpretando, como uno de ellos.
A veces me sorprendo
con un odio en los ojos.
Como uno de ellos.
A veces me sorprendo imitándoles,
aparentando una felicidad que me es ajena.
A veces el espejo me devuelve
el rostro inexpresivo que delata su sello.
(Entonces, acaso nada imito, acaso soy uno de ellos)
Es cuando me horroriza la ausencia de sorpresa,
el gesto que denuncia que los años no cejan
y el tiempo, poco a poco, me transforma,
pérfida, insoportablemente, en uno de ellos.
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