Serán tuyos mis ojos, como dijo el poeta. Serán tuyos mis labios y la mano que se alza contra las injusticias y la mano que estrecha las manos estrechables y los pies que cabalgan la tierra estremecida y el corazón que sangra herido de silencios.
Ese día por fin se cerrarán todas las puertas. Serán tuyos mis ojos, ya no quedarán lágrimas ni habrá un lirio en mi pecho ni en el humilde tálamo florecerán sonrisas.
Esa noche será la noche del olvido.
No habrá después un solo espejo que nos reconozca y nuestros nombres devendrán sólo palabras que el tiempo irá borrando de la ingrata memoria de los charcos.
Te sueño, sombra. Llegarás un día con tus besos de escarcha, con tus dedos helados y una sentencia entre tus dientes incendiarios.
Después, ni un sólo ángel sembrará con mis cantos la alborada.
Porque una tarde reventé los muros de mi encierro dispuesto a devorar el horizonte.
Porque bebí del cáliz celosamente oculto que entreabre las puertas de la dicha.
Porque cerré los ojos y me lancé al vacío de otros ojos que incitaban a la vida.
Porque violé los estatutos de los presos y prendí fuego a los viejos pergaminos que cercenan los sueños.
Porque ungí sagradamente mis alas oxidadas con el verbo balsámico de otro labio lejano.
Porque corrí, dancé, canté sobre el asfalto, porque amé, deliré, caminé junto a ríos y habité otras ciudades y atravesé fronteras, y dejé que mi piel ardiera entre las brasas de una incierta quimera mientras Kronos devoraba los segundos que conducen al valle desolado que los ángeles llaman Despedida.
(Mi último dios espera entre las sombras del rincón oriental; no dice nada. No queda nadie más, sólo nosotros: su sombra y mi delirio. ____________________Sólo uno podrá salir con vida)
Te quedaste a vivir en el caudal espeso de mi sangre.
Estás allí, escondida, ciñéndote al redoble acompasado de un corazón que lentamente va apagándose... Mas, de pronto, te elevas sobre el silencio inerte de la noche, de súbito apareces, exultante; un trote repentino despereza mis venas y estás de nuevo ahí, llenando mi recuerdo con el calor de tu palabra ardiente... Y por un instante, creería que estoy vivo...
Pero pronto recaigo en el letargo. Lo demás es quietud, desesperanza y un reloj incesante que astilla la penumbra.
Te quedaste en mi sangre, a la deriva. ________________________________Yo me he resignado a ser tu laberinto.
Ese día, ese primer día de la naciente primavera la embriagadora música amaneció sobre los montes. La risa azul que irradiaba el firmamento reverdecía las laderas y ensalzaba los contrastes verdirojos de los prados.
Ese día florecieron los años de destierro reconstruyendo la antigua cúpula dorada con columnas de esperanza y miradores que se abrían sobre el valle de la dicha.
Así, ciego, con la daga de tu nombre entre mis labios, creí haber escapado a las fauces del destino, pero hoy las sombras cenicientas de twin peaks nuevamente han descendido sobre mí y no hay una hondonada sin fisuras donde poder respirar un minuto de sosiego.
¿Qué despiadada venganza de los dioses me condena al arbitrio de las nubes inquietantes, plomizas, que me cubren?
¿Qué oscuro designio ha desencadenado el furor del vendaval sobre mis alas rotas?
Dondequiera que el atardecer me lleve la faz del firmamento está cerrada.
Un granizo triste azota las esquinas de esta ciudad vencida, saqueada y moribunda donde hasta los perros vagabundos se estremecen cuando sus ojos caen en la oquedad del cielo tapiado por un muro de silencio perpetuo.
No hay luna que brille en esta noche aciaga y hasta el bosque resuena con un murmullo de amenaza que confunde la vigilia de los búhos y acalla las canciones de los árboles como una divinidad incontestable.
Los ángeles blanden un estandarte de inclemencia y el horror se va extendiendo en los zaguanes como un torrente negro que va desdibujando las huellas que dejaron nuestros pasos en la alfombra de asfalto, en las baldosas blanquinegras que adornan el recuerdo.
Todo es una sombra impenetrable, todo un trueno aterrador que nunca cesa, un relámpago atroz que incendia la cordura.
Y entre el caos volar, volar toda la noche, toda la infinita noche atravesar los cielos sabiendo que las tormentas nunca cesan y que el amanecer es tan sólo una utopía urdida con los frágiles cristales del evasivo espejo que jamás se detiene.
No es posible olvidar, porque el olvido es patrimonio de los seres desalmados, de aquellos que jamás se desnudaron bajo el calor de una mirada verdadera, de aquellos que no sienten el clamor de sus entrañas cuando la ausencia se precipita incontrolable sobre todos los rincones de la vida.
¿Acaso un alma puede desligarse del recuerdo de los sucesos que la elevaron?
¿Acaso puede olvidar la tierra seca el poso de la lluvia que la hizo florecer?
¿Acaso puede un corazón de arcilla evadirse a la memoria de las manos que trabajaron su espeso sedimento?
Nada existe al otro lado del olvido.
Entre las sombras de mi cuarto la recuerdo, tal vez ceniza sólo, pero fuego, porque el fuego es presencia y testimonio.
Desde las profundidades de la noche surgimos como un sueño sin banderas.
Resucitados y anhelantes resolvimos prendernos en el viento y atravesar las nubes tormentosas que amenazaban, negras, nuestro sueño.
A un horizonte inmenso nuestros ojos volaron; como locas gaviotas errantes planeábamos, pero eran nuestros títeres los que se arracimaban en la alegre cubierta de un barco que zarpaba.
Toda costa escondía una sorda presencia.
Siempre creímos que el mar nos salvaría pero el mar resultó una pantomima, una niebla poblada de fantasmas que a nadie revelaron su secreto.
Y llegaremos, si llegamos algún día, a ese horizonte que nos prometieron, sólo para descubrir, horrorizados, una tierra en tinieblas, una vasta penumbra, un hostil territorio que a nadie da cobijo, una noche terrible sin velas ni azucenas, un pábilo extinguido sin ventanas ni estrellas.
Mirar el mar al este el norte el sur pintarlo en el oeste con el fuego verdoso de las tardes otoñales
Ver el mar devorando a sus crepúsculos escuchar sus latidos cada noche sus canciones de espuma y marejada memoria de otras noches y otros mares
Pintar el mar sumirse en él desembocarse ebrios de mar amarse desbocarse Mirar el mar de mar emborracharse ser orilla y temblor y acantilado caer caer caer entre las olas mirar del mar el mar inolvidable y no poder cruzarlo para verte...
Resuenan los zapatos contra el gris, el monótono acorde acompasado del que retorna viejo y fatigado a las calles que un día le miraron partir con su mochila de ilusiones.
Han cambiado los nombres de las plazas, los juegos de los niños y los pájaros, las luces de neón, los automóviles, permanece el gris, sólo el gris...
El barrio es otro y es el mismo: los mismos perros en los mismos parques, idénticos ladridos atronando sobre el gris, sobre el gris...
Volver es un catálogo de olvidos y de ausencias: Huellas sutiles que el pasado dejó en el gris, el gris...
Un suspiro es la suma del tiempo transcurrido, de las noches perdidas bajo el gris, bajo el gris...
Se oye el paso cansino contra el gris, la sombra de un viajero que retorna fundiéndose en la niebla, recayendo en la quietud estática del gris.