15 de enero de 2015
Ahora ya hasta los parques son hostiles
Ahora ya hasta los parques son hostiles.
Todo me lo cambiaron.
Los árboles, impíos, me aviolentan
desde el faro impersonal de su estatura.
No tiembla ni una hoja.
(Pero ¿no eran los árboles
movidos por el viento del otoño,
mis viejos aliados?)
No. No era esto. El verde
es un verde yacente, casi decapitado.
Ni una flor me amenaza
con su efímero roce, con su breve fragancia.
No consigo encontrarme.
Todo me lo cambiaron.
Hay viejos en silencio y bancos despintados
y piedras que destellan y macizos de flores
sin la antigua belleza que impregnaba sus pétalos.
Hay niños bulliciosos y mujeres cansadas,
y mientras, lentamente, el verano agoniza.
No, no era así; los parques de otro tiempo
solían ser refugio, atalaya, horizonte...
Pero hoy los parques niegan ese ansiado consuelo.
Tal vez sea yo el muerto.
Ahora las piedras callan
y los viejos, los bancos, los frondosos rosales,
rechazan mi amargura con un rictus cansado.
Todo me lo cambiaron y la tarde declina
y la sombra insinúa el inflexible retorno.
Todo murió y las calles
(hoy de nuevo enemigas)
van quemando la estela de ese amargo regreso
al lugar donde yace mi cuerpo destronado.
De El Rostro Prohibido
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