Pasan lentas las horas
sobre el desierto páramo humeante.
Donde hubo verdes bosques,
donde hubo frescas aguas,
llegaron ellos con su voz de trueno,
aplastaron la hierba con sus máquinas,
prendieron la espesura estremecida.
Miedo dejaron
tierra ennegrecida
y una atroz muchedumbre de cadáveres.
Si húmeda y grata fue la tierra,
si blandas y jugosas las raíces,
hoy solo queda el fuego consumiendo
las queridas alcobas subterráneas.
Miles de insectos yacen sobre el valle
por el fuego infernal carbonizados.
Tan solo quedo yo reptando errante
en busca de otros lares.
Más abajo,
más lejos del horror de los humanos.
Publicado en Elfos y Revista Azahar
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