Está anocheciendo y cae la niebla, como entonces. De acuerdo
a lo previsto, hoy va a helar de nuevo.
Escucho y clasifico los ruidos de la calle, los del rellano,
los de mi propia casa. Verifico la absoluta normalidad mientras compruebo la
disposición de los cuadros en la pared del recibidor.
Oigo voces, pero sé que no son más que los ecos de mi propia
voz, que el tiempo ha ido amontonando en los rincones y el silencio multiplica
espantosamente. Pronto sonarán las nueve en la vieja iglesia; sin embargo,
desde aquí no pueden escucharse las campanadas. Repaso minuciosa, inútilmente
los detalles. Todo está en su sitio. Todo idéntico a aquel 30 de diciembre de
hace veinte años, idéntico a todos los treinta de diciembre desde entonces,
como cumpliendo un ritual que no termino de comprender pero al que no puedo
sustraerme. Miro el reloj, calculo el retraso, me asomo a la ventana. A esta
hora no circula casi nadie. Por eso me sorprende la vaga silueta que se insinúa
a través de la niebla. Despacio, como insegura, camina por la acera de
enfrente. Sé que no puede ser ella, pero a pesar de todo es lindo soñar que son
sus pasos los que resuenan sobre las húmedas baldosas, que son sus manos las
que ahora sujetan un papel en el que sus ojos parece que intentan descifrar
algo, que es su rostro el que se levanta de golpe mirando hacia este lado,
buscando tal vez los números de los portales. Sé que es una tontería, que ella
no tiene el pelo así, ni un abrigo como ése, pero después de veinte años
estériles es tan lindo soñar que ha sido su brazo el que ha empujado la puerta
del patio que ahora se oye cerrarse sin violencia, que son sus tacones los que
lentamente ascienden hasta el primer piso, deteniéndose allí unos segundos,
como dudando, y reanudan luego su marcha hacia arriba, hacia este segundo piso
en el que sin darme muy bien cuenta ya la estoy esperando. Mientras pienso que
seguramente ha de ser otra persona y que de un momento a otro escucharé el
lejano sonido del timbre de alguno de mis vecinos, bajo un poco las luces y
pongo el disco de Miles. Absurdo suponer siquiera que la imitación de fechas,
temperaturas y gestos haya podido provocar, por fin, una ruptura en el tiempo,
una repetición de lo que jamás debió ocurrir, una oportunidad para cambiar la
historia. Los pasos han dejado de subir, pero si se pone atención puede
escucharse el sonido de una respiración agitada ahí fuera. Seguro que en el
rellano no hay nadie, que se trata sólo de mi imaginación, pero ya es la hora.
Me dirijo a la puerta mientras miro de reojo hacia la mesa. Todo está dispuesto
y los cuchillos relucen. No conviene demorarse: suena tan bien la música esta
noche...
Prosas breves de @S_Borao_Llop
Me encanta...en mi caso son 19 los años estériles.
ResponderEliminarAbrazos!
Gracias. Abrazos.
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