Un
poeta está en una isla desierta, sentado junto a unas rocas. Sabe que jamás
saldrá de allí. Que nunca volverá a tener contacto con ser humano alguno.
Quisiera llorar. Quisiera escribir, pero carece de papel o lápiz.
Entonces gira la cabeza hacia su izquierda. Ve, en el suelo, algunas ramas caídas, en el límite de la zona boscosa. Se incorpora, toma una de ellas, en apariencia bastante sólida, y camina hasta la arena.
Mira el mar, que le devuelve un destello y un rumor de olas. Como un mensaje de comprensión y fatalidad.
El poeta sonríe, apenas una mueca de resignación. Sabiendo que la marea lo borrará todo en unas pocas horas, empuña la rama y comienza a redactar una palabra.
Entonces gira la cabeza hacia su izquierda. Ve, en el suelo, algunas ramas caídas, en el límite de la zona boscosa. Se incorpora, toma una de ellas, en apariencia bastante sólida, y camina hasta la arena.
Mira el mar, que le devuelve un destello y un rumor de olas. Como un mensaje de comprensión y fatalidad.
El poeta sonríe, apenas una mueca de resignación. Sabiendo que la marea lo borrará todo en unas pocas horas, empuña la rama y comienza a redactar una palabra.
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