Cuando subía por última vez la cuesta en dirección al Puente de Piedra, me abordó una jovencita. Explicó que su moto la había dejado tirada y necesitaba un euro para gasolina.
Inútilmente registré mis bolsillos. Negué con la cabeza, pero ella no se movió: Un cansancio infinito se insinuaba en su mirada.
Deduje que también su camino estaba cortado. Como el mío. Que ambos estábamos al borde.
Fue entonces cuando oí los pájaros. En ese canto anárquico creí adivinar que la matemática es sabia, que menos por menos a veces es más, que dos finales pueden representar un principio.
Extendí mi mano, que ella tomó con algún recelo, y bajamos hasta el río. Nada más. Nos sentamos en la hierba y nos pusimos a contemplar la corriente, a sentir la música del agua, sacudida de cuando en cuando por el chapoteo de algún pez extraviado, a impregnarnos de ese perfume milenario cuyo nombre no figura en los catálogos profanos de los hipermercados. Luego vino la noche. Y su silencio. Pero nosotros seguíamos allí, escuchando.
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Hermoso, hermoso...
ResponderEliminarGracias, amiga. Abrazos :)
EliminarCanto anarquico...solo a ti se te ocurre eso...da deseos de estar en ese lugar. Gracias!!
ResponderEliminarGracias a ti, Amelia. El lugar es la orilla del río ebro, que pasa por mi ciudad. Cuando hice la foto, había unos patos de visita y accedieron a salir... a cambio de unas miguitas, claro ;) Abrazo.
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