Creedme:
Es en verdad un mal valle, ése de la tristeza, para quedarse a vivir en él.
No
hay, oídme bien, ni un solo árbol verdadero, ni un pájaro cuyo canto consiga
despertar un destello de magia, ni siquiera un arroyo de aguas transparentes
junto al que detener un momento nuestro arduo peregrinaje. Sólo encontraréis
allí un exiguo manantial que destila un veneno lento, lentísimo, que el tiempo
va inoculando gota a gota en las venas. Lo malo es cuando (a veces pasa, hay
gente que le pasa, no pueden evitarlo, les pasa y es casi inconcebible y ojalá
que nunca nunca nunca sepamos que se siente) el veneno se convierte en droga y
te engancha y comprendes de repente que ya no hay vuelta atrás, y sientes que
te estás muriendo -que eso te está matando- y al mismo tiempo sabes que tampoco
podrías vivir fuera de ese lugar, porque en el exterior no existe nada
respirable.
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