Tomamos la palabra y la forjamos.
Moldeamos sus sílabas
tratando de inculcarles un sentido.
Inventamos ritmos, pieles
con que abrigar las letras indefensas.
Tomamos la palabra y la esgrimimos,
la escribimos, diseñamos, pronunciamos,
la gritamos, la lanzamos al oído
de quien escucha o lee, la vestimos
con ropajes vistosos, exotismos
de tahúr avezado, inconmovible.
(Nuevos significados se le imputan
en lecturas y escuchas sucesivas
a cada línea estrecha y perfumada)
Pero a traición actúa la palabra,
borrando de su rostro maquillajes
y carmines y afeites literarios,
despojando su cuerpo de exuberancias falsas
y arrojando al olvido vestidos arrogantes.
Solo quedan entonces
en la noche danzando
desnudas
las palabras.