Una mujer está leyendo un
libro. Desde el primer momento, las imágenes, los nombres, los sucesos allí
narrados le resultan familiares.
Gradualmente va percibiendo
que ese libro contiene la historia de su vida.
Comprende también que,
cuando llegue a la última página, morirá.
Tal vez por eso, cada noche,
cuando ya está dormida, su mano sale de la cama, tantea con cuidado la
superficie de la mesilla, coge el libro y, sin que nadie lo advierta, cambia de
lugar el marcapáginas.
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