En ocasiones, se nos deja salir al patio. Allí, me reúno con otros presos y -no podía ser de otro modo- hablamos de la futura huida. Hacemos planes, cálculos, previsiones. Fijamos fechas, proyectamos túneles, estudiamos los cambios de guardia. En secreto, redactamos informes que guardamos celosamente en nuestra imaginación. Así, consumimos tardes enteras soñando los pormenores de la evasión, el exacto momento en que nuestros pulmones volverán a llenarse del preciado aire de la libertad.
Pero, a solas en la celda, una vez que se ha apagado el eco de las conversaciones, ¿quién pensaría seriamente en huir, a pesar de todas las incomodidades? Si todo lo que poseemos -o somos conscientes de poseer- en el mundo, si todo aquello que apreciamos (los imborrables recuerdos, los sueños en los que las innumerables visiones deambulan por la celda cuando dormimos, las multiplicadas y entrañables arañitas que nos visitan cada noche) se halla aquí, entre estos odiados muros, ¿cómo pensar ni un sólo instante en la huida?
No creo errar al afirmar que a todos nos sucede lo mismo, que nos sentimos atados por los mismos sentimientos, o acaso tan sólo por la inquebrantable fuerza de la rutina; pero es imposible concebir un recluso que no tenga los más fervorosos deseos de huir: De ahí, sin duda, las interminables conversaciones secretas del patio, y los meticulosos e infalibles planes que jamás se han de poner en práctica.
Más viñetas carcelarias en Celda.
Gracias, Tamara.
ResponderEliminarQue el año que va a empezar te traiga grandes alegrías.
Un abrazo.
En verdad creo que tienes toda la razón con tu relato, unos querrán salir, pero dejan parte de ellos allí, sobre todo su tiempo. Un besazo.
ResponderEliminarGracias por la lectura, Tamara. Como en todas las narraciones breves de esta colección (Celda) los elementos de la trama son alegóricos. De algún modo, todos somos presos de algo. En general, de nosotros mismos. Y a menudo nos inquieta el deseo vehemente de huir, y sin embargo, en la mayoría de los casos, esa huida es sólo una quimera que sabemos irrealizable salvo en el plano onírico. Así, continuamos inmersos en nuestra prisión, no porque ésta sea un lugar deseable, sino, tal vez, porque lo conocido nos asusta menos que la libertad, que es un territorio desconocido y cada vez más utópico.
EliminarUn abrazo.