2 de abril de 2012

Celda


Estoy sentado en un banco, en el extremo septentrional de la pequeña plazuela. Probablemente fumo un cigarrillo. Las palomas van y vienen, deteniéndose a veces a cierta distancia. Hay niños jugando al otro lado de la fuente. Los surtidores me impiden verlos, pero escucho sus risas. Tres mujeres, quizá sus madres, conversan animadamente en otro banco, lo bastante lejos como para que no llegue a mís oídos el tintineo de sus voces ni el eco de alguna palabra prendida en los flecos de la leve brisa que sopla entre los arbustos. Un hombre uniformado barre las hojas que el naciente otoño va depositando, obstinado, sobre el asfalto y entre los setos que rodean la estatua del centro. En esta mañana clara, apenas pueden oirse unos pocos automóviles atravesando, raudos, las calles adyacentes. La acariciante brisa y los débiles rayos del sol son acaso los únicos testigos de la paz que invade mis pensamientos.

Mas, de pronto, la aparente tranquilidad se transforma: Todo cobra vida. Todo parece haber recuperado en un instante la velocidad que gobierna el paso de los días en las grandes ciudades. Ella se acerca, caminando erguida por el sendero que separa los macizos de flores. Alta, elegante, bellísima, viene hacia mí sin que yo pueda hacer nada por llamar su atención. Como en respuesta a mis ardientes deseos, una rosa roja, fragante, y húmeda por las pequeñas gotítas de rocío aún adheridas a sus pétalos, ha nacido repentinamente entre mis dedos. Cuando Ella pasa a mi lado, dolorosamente arranco la flor de mi propia carne, y se la ofrezco. En esa ofrenda va implícito un destino. Pero he aquí que Ella rechaza mi ofrenda con un gesto dulce y enérgico a la vez. Con una sonrisa, musita algo que no me es dado escuchar. La rosa, despechada, se arroja al vacío, suicidándose. Ha ido a caer bajo los pies de ella, que no puede evitar que su fino tacón pise, aplastándolo, el hermoso cadáver de la flor. El mío se levanta del banco, contempla una vez más la silueta que se va perdiendo entre la suave neblina, y regresa con cansancio a la celda. Doy dos vueltas a la llave en la cerradura y la arrojo lejos, entre las sombras del rincón donde todo pierde consistencia.


Celda (viñetas carcelarias)
Publicado en Sergio Borao Llop, Al Andar y el boletín
Isla Negra.

2 comentarios:

  1. sergio
    te encontré en el blog de alma, y es bueno visitarse, recuerdo como en alguna oportunidad hablamos de Zaragoza ( espero no equivocarme que eras de allí) y de Bunbury.Recientemente llegaron a mi casa una pareja amiga virtual de esa ciudad y fue una fiesta conocernos.
    Me llega mucho tu cuento de la celda, estamos aquí en este hemisferio entrando en el otoño y cada día de algún modo también entro a mi celda
    a veces se hace confortable y otras detestable...
    ya ves el lector completa al escribiente,me gustó mucho el nacimiento desde la pulpa del personaje, esa rosa...y el final cargando soledad
    un gusto leerte
    cariños desde argentina
    mabel

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    Respuestas
    1. Hola, Mabel.
      Encantado de recibirte acá. Recuerdo esa época, sé que compartíamos alguna lista, aunque no me atrevería a decir su nombre, ya que en ese tiempo yo andaba en una docena o más. Recuerdo algo de aquellas conversaciones, creo que también hablamos alguna vez de un lugar llamado Cuarte. Siempre es una experiencia muy rica conocer en persona a gente con la que se han compartido estos vericuetos virtuales.
      El cuento de la celda es, digamos, el primero de una serie que he agrupado bajo ese epígrafe genérico (Celda) y que defino como "viñetas carcelarias". Ciertamente, los humanos, sin saberlo, habitamos celdas. Se nos ha concedido el don de la libertad, pero con frecuencia no sabemos qué hacer con él. Tal vez la libertad, palabra mayúscula, en el fondo nos da un poco de miedo.
      Gracias por tu visita y un abrazo.

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