31 de mayo de 2011

Porque volé una tarde


Porque volé una tarde, sediento de horizontes,
los dioses me encerraron en una oscura celda
donde no se percibe el rumor de las cascadas
ni puede olerse el alma de la nieve.

Porque osé ejercitar mis propias alas,
ángeles envidiosos me prendieron
(ángeles emboscados, sólo sombras
que jamás se asomaron al borde de unos ojos)

Porque aventuré mi rostro contra el viento
y canté bajo el temblor de las estrellas,
me encadenaron al martirio de la ausencia.

Porque violé las leyes de los náufragos
(se me acusó de alterar a las mareas
y del amotinamiento de las algas)
me condenaron a extrañar los cristalinos
reflejos del azul mediterráneo.

Porque traspuse umbrales precintados;
porque atravesé fronteras clausuradas;
porque aposté la sangre y la cordura
con un fervor de luz en las entrañas,
hoy habito esta celda ensombrecida
donde no llega el silbo de la nutria
ni el hálito amigable de las lilas
ni el fragoroso canto del torrente.


De Destierro
Publicado en Inventiva social y en el libro electrónico Senda

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