31 de mayo de 2011

Porque volé una tarde


Porque volé una tarde, sediento de horizontes,
los dioses me encerraron en una oscura celda
donde no se percibe el rumor de las cascadas
ni puede olerse el alma de la nieve.

Porque osé ejercitar mis propias alas,
ángeles envidiosos me prendieron
(ángeles emboscados, sólo sombras
que jamás se asomaron al borde de unos ojos)

Porque aventuré mi rostro contra el viento
y canté bajo el temblor de las estrellas,
me encadenaron al martirio de la ausencia.

Porque violé las leyes de los náufragos
(se me acusó de alterar a las mareas
y del amotinamiento de las algas)
me condenaron a extrañar los cristalinos
reflejos del azul mediterráneo.

Porque traspuse umbrales precintados;
porque atravesé fronteras clausuradas;
porque aposté la sangre y la cordura
con un fervor de luz en las entrañas,
hoy habito esta celda ensombrecida
donde no llega el silbo de la nutria
ni el hálito amigable de las lilas
ni el fragoroso canto del torrente.


De Destierro
Publicado en Inventiva social y en el libro electrónico Senda

28 de mayo de 2011

Composición


El pintor supo que se estaba muriendo y de inmediato comprendió que aún había una última cosa por hacer.

Para evitar inútiles lamentaciones y odiosas pérdidas de tiempo, ocultó celosamente su enfermedad y dijo a todos sus allegados que se disponía a comenzar una nueva pintura. Todos sabían que eso significaba su completa desaparición de la vida pública por un tiempo indeterminado.

Definitivamente aislado, juntó todos sus cuadros en la nave que le servía de estudio y almacén (nadie había sospechado que los que vendía, aquellos que se exponían en las mejores galerías del continente, eran meras copias edulcoradas de los originales, que nadie salvo él había visto). Poco a poco, los fue ordenando en el muro del fondo. Noventa cuadros. Podría formar con ellos un rectángulo. Nueve filas de diez (o seis de quince, o cualquier otra cábala imaginable).

Hizo instalar unos estantes de lado a lado de la nave. Después, tuvo que contratar a un obrero para que se ocupase de las filas más altas. El tiempo se agotaba. Cada vez más ansioso, fue dirigiendo la composición del improvisado puzzle, guiado por su poderosa inspiración, de la que tanto se había escrito en las revistas especializadas. Algunas veces gritaba, ante la indignada sorpresa del peón; otras, paseaba nervioso por toda la nave, murmurando para sí. Su mirada delataba la fiebre; aquella inquietud era el símbolo de un presagio. Su salud se consumió en pocos días.

Al fin, tembloroso y débil, sentado en una butaca junto a la puerta de la nave, lugar desde el que se podía apreciar mejor el conjunto, hizo una imperceptible indicación a su empleado, que cambió un cuadro por otro, lo mismo que había estado haciendo una y otra vez durante las últimas horas o los últimos días. Pero esta vez, el resultado satisfizo al pintor: Sonrió levemente, hizo un gesto vago con la cabeza, se recostó en la butaca y pareció extasiarse en la contemplación de la obra terminada.

Si otra persona hubiese estado allí, junto a él, tal vez su corazón se hubiese sobrecogido ante el magnífico espectáculo, quizá hubiese podido comprender que aquel gigantesco mural, poblado de horribles criaturas danzantes, de imposibles árboles que no podrían crecer en otro lugar que no fuese el innombrable averno, de casas formadas por cuarzo y estiércol, de ciudades llameantes y mares negros, no era otra cosa que el retrato fiel e inconfundible del pintor que ahora yace en la butaca contemplando con sus ojos muertos el poso que los años fueron dejando en su alma.


De Prosas breves
Publicado en Revista Almiar, Con voz propia, Gaceta virtual y La máquina de escribir

26 de mayo de 2011

Nostalgia de las cascadas


Nostalgia de las cascadas.

Incestuosamente rebotar
contra la roca altiva, acariciarla
en un abrazo de ardiente despedida.

De súbito estallar
en el éxtasis final de la caída,
en la revuelta apoteosis.
...................................Desguazarme.
Salpicar el entorno y atronando,
partir veloz con rumbo insospechable
hacia nuevos descensos velocísimos,
hacia raudas corrientes y anchos cauces.

Siempre al final, el mar interminable.

Y no ser epitafio detenido
en la quietud sin tiempo del estanque
sucio
de las grandes ciudades.


De Viñetas y recuerdos
Leido en Chile con motivo del Festival del Agua.
Publicado en Inventiva social y La máquina de escribir

25 de mayo de 2011

Cine


Cuando entran en contacto el ojo del espectador y la imagen, se produce una combustión.

Al terminar la película, algunos arrojan las cenizas al mar.

Otros las atesoran en una urna, para resguardarlas del olvido.

El sabio escoge unas pocas y esparce el resto.

Ajeno a ese trajín, el caminante aspira el humo y retoma el sendero.


De Prosas breves
Publicado en Con voz propia y en el libro electrónico Camino al Andar

24 de mayo de 2011

Víspera


Alguna noche soñé que regresaba.

Ítaca estaba lejos.
Largas travesías y sirenas
me separaban de sus templos.

Escila y la avidez de las tormentas
significaban la frontera.

Fieros vientos y cíclopes
me desviaron muchas veces de la ruta.

La sal marina y los años
-los solitarios años de destierro-
me enseñaron el decálogo del náufrago.

Pero he aquí que está amaneciendo
y mis ojos -pebeteros sangrantes,
heraldos de un rostro endurecido
por imborrables cicatrices-
se asoman a las costas añoradas.


De Arenas de Ítaca
Publicado en Isla Negra, Mis poetas contemporáneos y La buhardilla.

23 de mayo de 2011

Otredad


Añoro caminar por otras calles 
indagar otros rostros, dispersarme; 
abrazar otros cuerpos, adaptarme 
al ritmo de otras muchedumbres. 

 No sé si es escapar o renacerse 
pero en mis manos hay palomas 
que no son de esta plaza. 

De Por si mañana no amanece Publicado en la antología Versos sin bandera. También en El Cronista de la red, Inventiva social, Gaceta virtual, Con voz propia, y traducido al catalán por Pere Bessó en Mis poetas comtemporáneos.

22 de mayo de 2011

Echaste a andar


Echaste a andar
                               camino de la nada
y aún esperas
una crisálida de bronce
                                           un apogeo
que sabes no ha de llegar.

Echaste a andar
(te habían dicho que los hombres no lloran)
                                a tientas
y alguien te disparó desde las sombras
una ráfaga vertiginosa
                                       de soledad innominable.

De La estrecha senda inexcusable
Publicado originalmente en el libro Poemas Zaragoza 1990. También en Elfos.
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